El inicio de esto lo tenéis en la columna de la derecha como
post destacado.
Quiero también destacar un comentario que agradezco. Le he
contestado que las críticas de necios vendidos, no me preocupan lo más mínimo bastante tienen con aprender a atarse la bragueta.
“Muchas gracias por escribir estos comentarios. Es casi
imposible leer una exposición de conocimientos y opiniones sobre Candás como la
que has hecho. Moderadora, por mucho que te critiquen este tipo de comentarios
con sustancia sobre el concejo sólo se leen por aquí”.
.
Y así nos lo cuenta el amigo de ayer:
Por supuesto, los cambios es Candás no sucedieron de un día
para otro. Pero en esa foto ya están teniendo lugar.
Como decía ayer, el muelle, que no aparece en el foto, ya
estaba aterrado por la arena en ese momento. En la exposición del puerto hay
otras fotos de ese mismo día tomadas desde la mar, donde se aprecia el
aterramiento, con la playa ya en donde está ahora y el puerto sin apenas
embarcaciones de porte atracadas.
Los barcos de Candás ya no tenían a Candás por base y los
forasteros apenas atracaban ya en nuestro muelle. La fábricas van cerrando:
creo que por esa época ya habían cerrado Herrero y Alfageme, y faltaba poco
para que lo hiciera Portanet. Los almacenes de salazón levantados a principios
del XX a orillas del Rita, en lo que hoy es Pedro Herrero, habían sido
abandonados años atrás. Es posible, incluso, que la Rula funcionara ya de forma
esporádica y muy a medio gas.
La estructura social del pueblo empieza a transformarse: ya
no es el 70% de la fuerza de trabajo la que se dedica la pesca y su
transformación. Aparece la siderurgia, el turismo empieza a cobrar auge con la
Ciudad Sindical, y empiezan a surgir nuevos servicios comerciales, logísticos,
educativos -nuevas escuelas e instituto. y administrativos.
El caserío empezaba a transformarse: ya está el
"Garmoré" levantado sobre la vieja carbonería, pero también se ve lo
que es el edificio de Tascón y el Faro, en lo que hoy llamamos la plaza del
Bocata. Está también el edificio donde está ahora el Banco Herrero, sede de la
Caja de Ahorros -la gente empezaba a ahorrar y podía pedir préstamos en vez de
vivir fiado del comercio- el edificio donde estuvo el bazar San Antonio (que
anuncia la sociedad de consumo en Candás) y algunos otros. Todos ellos
edificados sobre viejas viviendas marineras, con distribuciones modernas y
materiales de recubrimiento -ladrillo visto- inéditos en Candás. Pronto
llegaría el gresite. También se ve el nuevo cine y unifamiliares como el de don
Manuel el médico.
Se aprecia también el desarrollo del ensanche del pueblo
hacia la estación por Fernández Ladreda, con pisos modernos promovidos por
Ángel Rodríguez -creo- que ya tenía construido su chalet con piscina -famoso
por sus fiestas- en la zona. Surge por tanto, empleo también en la
construcción, la compra venta de viviendas y la venta de mobiliario (Badiola)
electrodomésticos (el citado Bazar San Antonio, la tienda de Guillermo en
Braulio Busto,...) etc.
Por otra parte, la construcción del Nodo deja muchas
viviendas vacías en el centro del pueblo, en Santolaya, en la Cuesta, etc. por
lo general casas muy precarias, con muros de carga recomidos por el salitre de
redes y aparejos, cuando no de la maresía- y forjados de madera, muchas veces
de pino, podrido por la polilla y la humedad. Casas que no habían tenido apenas
mantenimiento, por la pobreza de sus habitantes y por la ley de arrendamientos
del 41, que con la mejor intención supuso una puñalada para buena parte de la
arquitectura popular española.
Naturalmente, los que no fueron al Nodo, cuando pudieron
prosperar compraron una vivienda en propiedad -o se iban de alquiler- en el
ensanche de Candás o en alguna de las nuevas promociones del centro.
Así es como en 1970 ya se había construido el edificio de
"Rabitos" (1967) sobre la vieja carbonería que allí había, el "Marsol"
sobre la vieja y abandonada fábrica de Herrero -edificio cuya maqueta estuvo
expuesta y que la inmensa mayoría de los vecinos aplaudieron a rabiar;
significaba la llegada de la modernidad (no entro en si bien o mal entendida)
en el pueblo. También se habían levantado algunos bloques en Braulio Busto
-Marjoe y la Perla, hacia 1968-1970- el bloque donde ahora está el
"minimasymás" en Valdés Pumarino, el edifico de la Taberna, el
inmueble de cuatro plantas levantando en el Cueto y el horrendo levantado sobre
la casa de los tres arcos (1968).
De aquella nadie pensaba en rehabilitaciones. la demolición
de viejas casas y la construcción de nuevos inmuebles era negocio para todos:
los propietarios ganaban un dinero fácil, los promotores también hacían dinero
y la gente compraba viviendas relativamente baratas y de rápida revalorización
que constituían el embrión de un pequeño capital familiar.
Como decía una publicación de la época, "Candás se está
transformando en una villa limpia y moderna". Cosas de la época, que
supusieron la desaparición del incomodísimo regodón que empedraba algunas
calles del pueblo -la de la Plaza, la del Cura hasta la Iglesia, la Calleja
Nolo, quizá alguna otra que no recuerdo- que eran apropiados para las madreñas
y las botas, pero no para los delicados zapatos de tacón.
Ni que decir tiene que la cosa siguió durante los 70, ya con
el puerto moribundo y convertido en playa a la bajamar y Ensidesa y Uninsa -y
la incipiente industria transformadora- funcionando a plenitud.
Cae el abandonado cine Apolo (ay, la televisión) se alza el
bloque donde está el Halley -aún recuerdo la demolición, de un plumazo, de los
edificios preexistentes, un día de verano a la vuelta de la playa- se levanta
el que construido en el puerto sobre los viejos galpones lamidos por el
salitre, se levantan los que hay en el Rincón sobre las encantadoras casas de
corredor que allí había, se levanta lo que fue el Zappin (primer edificio
residencial con ascensor del pueblo) se demuele el chalé de doña Josefina para hacer
lo que hoy es el edificio del Casino y se tiran la abandonada fábrica de
Alfageme y el chalé. Por cierto, llama la atención que tanto se reivindique ese
chalé -que era en efecto, una maravilla, aún recuerdo su tejado esmaltado- pero
que albergaba una oscura historia: todos sus habitantes varones fueron
fusilados; algo que, como el fusilamiento de Antón, dicen bien poco de muchas
de las gentes de aquel entonces. El chalé, por cierto, estaba magníficamente
amueblado por Muebles del Río de Oviedo. La familia nunca más quiso saber nada
de Candás.
Es en esta época cuando surge el revival marinero. Aún
recuerdo el portfolio de 1980, con viejas fotos del puerto, reivindicando el
pasado pescador. Cuando ya estaba todo perdido. Es cuando se ponen en marcha
las Alboradas (1978 la primera) cuando empiezan a usarse el mahón y el pañuelo
-si bien creo recordar que hubo una epapa en la que las mujeres usaban ropa
algo más sofosticada, con falda de vuelo y echarpe de ganchillo, que pronto se
abandonó por el más simple, sufrido y asequible mahón- durante las fiestas.
Desde entonces, Candás, que había llegado a asumir su
condición de villa "limpia y moderna", casi de ciudad dormitorio, con
todos los matices que se quieran, vive mirando al pasado, dejando pasar los
trenes del futuro.
Sólo así se explica que el contradique del puerto -lo que
llamamos "la escollera"- se hiciera con cargo a un Plan de
Regeneración de Playas que financiaba el entonces MOPU, pero con los candasines
pensando en el calado y abrigo del puerto. Resultado: la playa mejoró y el
puerto siguió casi igual. Lo mismo ocurrió con la ampliación, no tan
desacertada como muchos piensan, que algunos pensaban que serviría para atraer
capturas pesqueras y ha servido para atraer embarcaciones deportivas, mientras
que la explanada, tan propicia para algún pequeño taller de reparaciones o
miniastillero, o para instalar un pequeño complejo conservero, ha devenido en
polvoriento y caótico aparcamiento. Ese vivir a espaldas de la realidad también
ha provocado que nadie haya trazado un plan para rentabilizar el puerto -escala
de veleros, pequeñas regatas, concursos de pesca deportiva, qué sé yo-
asumiendo la nuevo ciclo de la villa tras el ballenero, el pesquero conservero,
y el siderúrgico. Al final el resultado el un pueblo un tanto caótico, que
abomina de la industria que le proporciona buenas rentas municipales -a ver
quién, sino, paga el Prendes, el Antón y el envidiable nivel de servicios
subvencionados que presta el consistorio- que se ebate en ser turística pero teniendo
el pueblo un tanto sucio y destartalado, empeñándose en confundir el turismo
con el visitante playero e impecune que cuesta más de lo que gasta -un helado
en la furgo de los Helio y, si acaso una botellina de sidra con unos bígaros-
los que nos lleva a un círculo vicioso donde somos incapaces de atraer turismo
de calidad, con capacidad adquisitiva, atraído por un buen entorno natural y
urbano, buena restauración -ay, la restauración candasina- y un ambiente
agradable.
En fin, Candás tiene que decidir que quiere ser. Pero no
puede seguir mirando al pasado mientras el futuro pasa por delante.